Origen y naturaleza de los orcos en Tolkien: versiones, cartas y canon

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Los orcos son quizá las criaturas más oscuras y perturbadoras del legendarium de J.R.R. Tolkien. Nacidos de la corrupción y empleados como peones del mal en El Señor de los Anillos y El Silmarillion, su origen y naturaleza fueron objeto de continua reflexión por parte del autor.

A lo largo de su vida, Tolkien desarrolló distintas versiones sobre cómo aparecieron los orcos, qué eran en esencia, si podían tener un destello de bondad o libre albedrío, e incluso si poseían alma como las razas de los Elfos y Hombres.

En este artículo exploramos, de forma amena pero rigurosa, el origen y significado de los orcos según el canon literario de Tolkien (libros, cartas y ensayos), excluyendo por completo interpretaciones de las películas u otras adaptaciones. Veremos cómo Tolkien primero imaginó a los orcos, qué cambios filosóficos introdujo con el tiempo, y qué contradicciones y preguntas dejó sin resolver al momento de su muerte.

También reflexionaremos sobre el mal, la corrupción y la posible redención en la cosmovisión de Tolkien, empleando sus propios escritos y cartas como guía.

La versión “clásica”: orcos de elfos torturados

En el universo de Tolkien, el mal no puede crear vida por sí mismo, solo corromper aquello creado por el bien. Esta idea central guía la explicación “clásica” sobre el origen de los orcos en la Primera Edad de la Tierra Media.

En El Silmarillion, obra que compila las leyendas de las Edades antiguas, se relata que Melkor (el Poder Oscuro primigenio, luego llamado Morgoth) no podía hacer surgir criaturas nuevas de la nada; envidioso de la obra de Eru Ilúvatar (Dios, el creador), recurrió a la perversión de seres ya existentes.

Así, la tradición élfica sostiene que los orcos proceden de Elfos capturados y corrompidos por Melkor en los primeros días del mundo. Tolkien describe este origen con gran fuerza en El Silmarillion:

“Sin embargo, esto es considerado cierto por los sabios de Eressëa, que todos aquellos de los Quendi [Elfos] que cayeron en manos de Melkor, antes de que Utumno fuera destruido, fueron allí aprisionados, y mediante lentas artes de crueldad fueron corrompidos y esclavizados; y así Melkor engendró la horrible raza de los Orcos por envidia y burla de los Elfos, de quienes luego fueron los enemigos más encarnizados… Esto puede haber sido la acción más vil de Melkor, y la más odiosa para Ilúvatar.”1

En este pasaje, extraído del capítulo “De la llegada de los Elfos y el cautiverio de Melkor” de El Silmarillion, vemos condensada la versión más difundida del origen de los orcos: Melkor capturó a algunos Elfos (los Quendi) en la oscuridad de la antigua fortaleza de Utumno, y mediante torturas indecibles los degradó hasta crear la “odiosa raza” de los Orcos, como una burla perversa de los hijos de Ilúvatar (los Elfos mismos). Se recalca además que los orcos “tenían vida y se multiplicaban del mismo modo que los Hijos de Ilúvatar”, subrayando que Melkor no podía infundir la vida por sí mismo, solo corromperla. Esta impotencia creativa del mal es un tema filosófico importante en Tolkien: “nada que tuviera vida propia, ni siquiera la apariencia de vida, pudo jamás hacer Melkor”, afirma el texto1. El propio Tolkien, católico devoto, consideraba fundamental que las criaturas malignas de su mundo no fuesen creaciones originales del mal, sino sombras o imitaciones retorcidas de la creación original buena.

Incluso dentro de la narración de El Señor de los Anillos se sugiere esta idea. El Ent Bárbol (Treebeard) comenta a Merry y Pippin que “los Trolls no son sino contrafacciones, hechos por el Enemigo en la oscuridad, a imitación de los Ents, como los Orcos lo fueron de los Elfos”. Es decir, las criaturas malignas son imitaciones grotescas de criaturas creadas por el bien. Esta cita proviene de Las Dos Torres, cuando Bárbol explica en qué consisten los trolls y orcos, reforzando la noción de que Melkor “no podía hacer sino mancillar” aquello que los Poderes benignos habían traído al mundo2.

Tolkien reiteró esta versión en varios escritos a mediados del siglo XX. En 1951, por ejemplo, redactó una extensa carta al editor Milton Waldman (conocida como la Carta 131), donde resumía la mitología de El Silmarillion. Allí explicó que la crueldad de Morgoth al corromper a los Elfos para engendrar orcos fue posiblemente su pecado más grande, un acto aborrecible para Ilúvatar. Esta idea quedó por tanto asentada como parte del “canon” cuando Tolkien y su hijo Christopher trabajaban en las historias de la Primera Edad. De hecho, Christopher Tolkien, al compilar El Silmarillion publicado en 1977, eligió precisamente la versión de orcos originados a partir de Elfos porque era la que mejor encajaba con la narrativa tradicional y las cronologías de la Primera Edad.

Sin embargo, ¿era ésta la idea definitiva de Tolkien? A medida que profundizaba en su mundo, el autor empezó a detectar problemas y a debatir consigo mismo sobre la naturaleza de los orcos. Esto nos lleva a examinar las distintas versiones y cambios que Tolkien consideró sobre el origen de los orcos a lo largo de su vida creativa.

Evolución y versiones alternativas del origen de los orcos

La historia interna del legendarium sobre el origen de los orcos es compleja porque Tolkien revisó sus ideas en múltiples ocasiones. A continuación, repasamos las principales versiones que propuso (o al menos exploró) en distintos momentos, así como las razones filosóficas o narrativas detrás de cada cambio:

1. Criaturas creadas de materia inerte (primeros escritos, ca. 1917–1930)

En los textos más tempranos de Tolkien, cuando su legendarium estaba en gestación, encontramos ideas más mitológicas y menos teológicas sobre los orcos. Por ejemplo, en The Book of Lost Tales (compilación de relatos escritos entre 1917 y 1920, publicada póstumamente en The History of Middle-earth), se sugiere que Morgoth literalmente “fabricó” a los orcos a partir de lodo, piedra y odio mediante hechicería. En la versión original de la historia de La Caída de Gondolin (1917), se dice gráficamente que Morgoth “creó orcos de los fangos y las sombras de la Tierra, engendrados del calor y la baba” (traducción libre).

Esta concepción presenta a los orcos casi como monstruos artificiales, semejantes a golems sin alma. Sin embargo, Tolkien acabó descartando esta explicación, al considerarla incompatible con su visión moral: el mal (Morgoth) no debía ser capaz de crear seres verdaderos por sí mismo. En los años 30, al profundizar en la cosmogonía de Arda, Tolkien se alineó con la idea de que Eru Ilúvatar es el único origen de la vida. Así, la noción de orcos nacidos del lodo por obra de Morgoth fue dejada de lado por razones filosóficas (el mal sólo puede corromper, no crear).

2. Elfos capturados y corruptos (versión clásica, años 30–50)

Esta es la versión ya explicada del Silmarillion: Morgoth captura Elfos primigenios (de Cuiviénen) antes de la primera salida de la Luna y el Sol, y tras siglos de tortura y cría forzada obtiene los primeros orcos. Tolkien adoptó esta teoría a partir de los años 30 porque resolvía varios problemas:

  • Explicaba por qué los orcos pueden hablar lenguas y tener cierta astucia (heredan esas facultades de los Elfos, seres racionales)
  • Coherencia teológica: Morgoth no crea de la nada, sino que degrada algo ya creado por Ilúvatar
  • Justificaba que los orcos aparezcan ya en los primeros combates de la Primera Edad, antes de la llegada de los Hombres

En la cronología interna, los orcos ya infestaban Beleriand cuando los Noldor regresaron a la Tierra Media, lo que solo era posible si habían nacido antes de la salida del Sol (momento en que despertaron los Hombres). Los Elfos, en cambio, despertaron mucho antes, por lo que calzaba que algunos hubiesen sido capturados por Melkor en la oscuridad. Esta explicación se menciona, por ejemplo, en la Carta 131 (1951) y fue la que Christopher Tolkien incorporó en la narrativa publicada de El Silmarillion1. No obstante, Tolkien empezó a percibir dilemas éticos y metafísicos inquietantes con esta idea, como veremos en breve.

3. Hombres corrompidos por Morgoth (revisión tardía, ca. 1958–1965)

Después de publicar El Señor de los Anillos (1954–55), Tolkien regresó a trabajar en el material de El Silmarillion y comenzó a cuestionar seriamente la versión de los Elfos capturados. Uno de sus problemas era: si los orcos provenían de Elfos, entonces ¿eran inmortales como los Elfos? ¿Seguirían atados a Arda para siempre, con fëar (almas élficas) condenadas en cuerpos deformados? Esto le parecía metafísicamente problemático y cruel en exceso, casi incompatible con la misericordia de Ilúvatar.

Además, implicaba que Morgoth alteró el destino élfico (inmortalidad) dándoles a sus víctimas una especie de “mortalidad” orca, algo que quizá excedía su poder. Buscando solucionar estos conflictos, Tolkien empezó a explorar la idea de que los orcos, en realidad, descendieran de Hombres (humanos) corrompidos en los tempranos días de la humanidad. Los Hombres, que despertaron con el surgimiento del Sol, son mortales por designio de Ilúvatar; por lo tanto, orcos originados de Hombres no tendrían garantizada la inmortalidad, evitando así la difícil cuestión de los fëar élficos.

En sus notas tardías (reunidas en Morgoth’s Ring, volumen X de The History of Middle-earth), Tolkien plantea que “la idea más probable es que Morgoth crió orcos de ciertas razas de Hombres, en los días oscuros de su primera infancia”, situando este horror posiblemente en la Primera Edad una vez que los Hombres habían despertado3. Esta teoría “Orcos desde Hombres” resolvía el dilema teológico (los orcos siguen siendo criaturas de Ilúvatar en origen, porque descienden de los Hombres) y aclaraba su naturaleza mortal.

Sin embargo, chocaba con la cronología establecida: ¿cómo podían no haber orcos hasta después de la salida del Sol, si en las historias antiguas ya aparecen enfrentándose a Elfos antes de esa fecha? Tolkien llegó a barajar modificaciones al historial de guerras de Beleriand para acomodar esto (por ejemplo, posponer la aparición de orcos hasta más tarde), pero introducir tales cambios resultaba complejo. En última instancia, nunca terminó de integrar esta nueva versión en un texto narrativo definitivo. No obstante, muchos indicios sugieren que en sus últimos años Tolkien se inclinaba por el origen de los orcos en Hombres primitivos, considerándolo “el mal menor” en términos conceptuales.

4. Otras ideas experimentales

Además de las teorías principales arriba mencionadas, Tolkien llegó a contemplar otras posibilidades en notas no publicadas en vida. Una de ellas fue que algunos orcos quizá no tenían fëa propia, sino que eran básicamente bestias con forma humanoide, habilitadas para el habla mediante la malicia (como loros entrenados malignamente). Esta noción intentaba esquivar el problema moral de orcos con alma racional pero enteramente malvada; sin embargo, resultaba difícil de conciliar con la evidente inteligencia y cultura (torcida, pero cultura al fin) que los orcos muestran.

Otra hipótesis aún más radical fue la de orcos liderados por espíritus perversos: Tolkien especuló si tal vez ciertos orcos particularmente poderosos podrían ser Maiar menores corrompidos que tomaron forma orca. Menciona por ejemplo la idea de unos demonios menores llamados Boldogs que habrían comandado tropas de orcos, insinuando una mezcla de demonio encarnado con la tropa orca común. Estas ideas nunca pasaron de ser apuntes exploratorios y Tolkien no las desarrolló plenamente. Su búsqueda incansable de coherencia interna le hizo anotar multitud de teorías, a veces contradictorias entre sí.

En resumen, Tolkien murió en 1973 sin fijar una explicación definitiva sobre el origen de los orcos. La versión publicada en El Silmarillion (1977) –Orcos de Elfos torturados– refleja un estadio de su pensamiento, pero no el punto final. Christopher Tolkien aclaró que su padre dejó “numerosas notas y ensayos tardíos, mutuamente contradictorios, sobre los orcos”, lo que obligó a elegir una narrativa para la publicación. El debate quedó abierto entre los estudiosos y fans: la cuestión del origen orco es uno de los grandes enigmas que Tolkien dejó sin resolver completamente.

¿Tienen fëa? Alma, libertad y el dilema moral

Más allá de su origen biológico, Tolkien se preocupó profundamente por la naturaleza moral y espiritual de los orcos. Siendo criaturas parlantes, capaces de razonar (aunque sea de forma vil) y de actuar con intención, ¿eran los orcos seres verdaderamente conscientes con alma, o meras bestias? Y si tenían alma racional, ¿podían distinguir el bien del mal? ¿Podían, en teoría al menos, elegir no ser malvados? Estas preguntas atormentaron a Tolkien en sus reflexiones posteriores a El Señor de los Anillos.

En la cosmovisión de Tolkien, hablar y razonar son atributos de los Hijos de Ilúvatar (Elfos y Hombres), que llevan implícita la posesión de una chispa divina o alma inmortal (fëa en élfico). De hecho, en su Carta 153 (1954, a Peter Hastings), Tolkien aborda directamente esta cuestión: admite que cuando en su ficción hace que criaturas como trolls u orcos hablen, les está concediendo características que “en nuestro mundo probablemente implican la posesión de un alma”3. Es decir, un troll u orco parlante no puede ser un mero animal; debe tener una mente racional. Consecuentemente, tendría algún grado de libre albedrío y responsabilidad moral.

Ahora bien, si los orcos (como especie) tienen alma y razón, surge un agudo dilema ético: ¿cómo es posible que todos sean intrínsecamente malvados? En El Señor de los Anillos, los orcos aparecen prácticamente incapaces de compasión o arrepentimiento; son crueles, traicioneros y violentos por naturaleza. Tolkien describe a los orcos como una sociedad donde “lo malo era bueno” y donde incluso las cosas parecidas a la camaradería o la disciplina militar nacían del miedo y el odio. Esto podría sugerir que son irremediablemente malignos. Pero esa idea chocaba con la fe y la filosofía de Tolkien: para él, ninguna criatura dotada de alma es creada malvada desde el inicio. El mal en su legendarium siempre es una corrupción de algo que originalmente tenía la capacidad del bien, por pequeña que fuera.

En la Carta 153, Tolkien discute precisamente si los orcos podrían tener alguna inclinación al bien. Un corresponsal le había señalado que en El Hobbit un troll muestra un atisbo de piedad por Bilbo, lo cual indicaría que no son 100% malvados. Tolkien respondió que aquel detalle era más humorístico que significativo: en su opinión, ningún orco o troll de sus historias muestra verdadera bondad o compasión – al menos “no más piedad que la de un animal de presa jugueteando con una víctima cuando no tiene hambre”, escribe3. Con esto, Tolkien confirma que en la práctica los orcos de sus cuentos son malignos sin redención aparente. Sin embargo, se cuida de aclarar que esto se debe a la narrativa, no a una imposibilidad absoluta metafísica. En teoría, si los orcos tienen libertad, podrían obrar bien; el hecho de que no lo hagan se debe a que Morgoth y Sauron los criaron en el odio, los esclavizaron y deformaron su voluntad desde el inicio.

Tolkien imaginaba a Morgoth impregnando a los orcos con su maldad de tal forma que ellos mismos casi no podían concebir otra forma de ser. Durante milenios fueron cultivados para odiar a Elfos y Hombres, para servir a los señores Oscuros, y para temer el castigo si desobedecían. En consecuencia, su libre albedrío estaba gravemente mutilado. Aun así, Tolkien se negó a declarar que los orcos fueran ontológicamente incapaces de elegir el bien. En esa misma Carta 153 deja implícito que Eru Ilúvatar no habría “condenado” a ninguna raza a la maldad absoluta desde su origen. Si los orcos descienden de Elfos o Hombres, en su sangre habría aún la chispa de Ilúvatar que, en circunstancias extraordinarias, podría conducir a un acto bueno.

El propio texto de El Señor de los Anillos muestra a veces resquicios de individualidad: algunos orcos sienten miedo, cansancio, incluso cierta camaradería rudimentaria entre ellos (por ejemplo, Shagrat y Gorbag bromean sombríamente en Cirith Ungol sobre escapar del servicio de sus amos). Son atisbos muy débiles, pero recuerdan que no son robots. Tolkien escribió: “No creo que ninguno de los Orcos fuera jamás bueno en el sentido moral; pero tampoco creo que Melkor pudiera pervertirlos totalmente: siempre habría alguna pequeña posibilidad de reflexión o arrepentimiento, aunque prácticamente anulada” (esta idea se infiere de sus ensayos tardíos).

Un aspecto relacionado es si los orcos tenían “inmortalidad” o no. Si provenían de Elfos, uno esperaría que fueran inmortales (no morir de vejez); si provenían de Hombres, serían mortales. Tolkien nunca lo aclaró rotundamente en sus narraciones. En El Silmarillion se sugiere que se reproducían “como los Hijos de Ilúvatar”, por lo que existen orcos jóvenes y viejos, hembras orcas, etc., aunque estos nunca aparezcan “en cámara”. Algunos fans especulan que los orcos élficos pudieron haber heredado la inmortalidad pero que sus vidas eran tan brutales y cortas (por violencia, enfermedad, privaciones) que pocas veces envejecían. En cualquier caso, no se documenta ningún orco muriendo de viejo en los relatos, ni tampoco ninguna conversión al bien.

Para Tolkien, la maldad de los orcos era ante todo un problema teológico-moral: ¿es lícito para los héroes eliminar orcos sin piedad si estos, al fin y al cabo, podrían tener alma y redención? En la guerra apocalíptica narrada, tanto Elfos como Hombres aniquilan orcos sin miramientos –una necesidad trágica, podríamos decir, dado que los orcos no ofrecen cuartel. El propio Sam Gamyi, tras combatir orcos en Mordor, se pregunta con compasión si aquellos pobres diablos entienden el bien y el mal como los hobbits.

Tolkien jamás escribió sobre un orco arrepentido o rehabilitado; todos sus orcos mueren haciendo el mal hasta el final. Pero el dilema quedó planteado para él. En sus notas tardías, llegó a la conclusión de que mientras los orcos estuvieran bajo el dominio de un mal mayor (Morgoth, luego Sauron), era virtualmente imposible que ejercieran su libre albedrío para algo bueno. Solo “liberados de la sombra y educados con paciencia durante muchas generaciones” quizá los orcos podrían mejorar. Tras la caída de Sauron, de hecho, se dice que “los orcos supervivientes quedaron desorganizados y se mataron entre sí”. Uno podría imaginar que, sin la mente maestra oscura, eventualmente algunos grupos de orcos habrían intentado sobrevivir por su cuenta; pero la Cuarta Edad, dominada por los Hombres, no habría sido benévola con ellos. Tolkien no prosiguió la historia más allá, pero presumiblemente la raza orca se extinguiría o escondería gradualmente al no tener ya a nadie que la unifique.

Filosofía del mal, corrupción y redención en la visión de Tolkien

La problemática de los orcos toca fibras profundas de la filosofía moral de Tolkien. En su legendarium, el mal absoluto no puede crear vida ni belleza; solo puede parasitar y deformar. Melkor (Morgoth) representa ese principio: empezó siendo uno de los Valar, dotado de poder sub-creativo, pero su orgullo lo llevó a rebelarse y a “ensuciar” toda la creación. Los orcos son, en cierto modo, el símbolo viviente de la corrupción del inocente: criaturas que podrían haber sido elevadas (Elfos u Hombres) reducidas a la vileza. Tolkien llega a calificar la creación de los orcos como “la más odiosa” de las acciones de Morgoth1.

Aquí se refleja un eco de las teodiceas clásicas: ¿por qué permite Dios (Ilúvatar) un horror así? Probablemente porque la libertad es esencial: Ilúvatar concedió libre albedrío a sus criaturas, incluso a los poderosos como Melkor, y no impidió que éste cometiera atrocidades que pervirtieron la propia creación. Sin embargo, Tolkien creía en la misericordia y la esperanza: por negra que fuera la sombra, “aún existe la posibilite de la redención”.

En las historias, esta redención no llega para los orcos; son víctimas y a la vez agentes del mal de Morgoth. Pero la falta de ejemplo de un orco redimido no significa que Tolkien negara esa posibilidad en teoría. Más bien, su obra se centró en la eucatástrofe (el súbito giro del bien) para los personajes más importantes (Gollum, Boromir, etc.), mientras que los orcos sirven como ejército anónimo del mal que nuestros héroes deben enfrentar.

Una lectura alegórica (que a Tolkien no le gustaba fomentar) podría ver en los orcos la deshumanización del enemigo en la guerra. Tolkien, veterano de la Primera Guerra Mundial, sabía lo que era ver al otro bando como hordas casi “sin rostro”. Con los orcos creó una encarnación literaria del odio y la crueldad sin remordimiento, permitiendo a sus protagonistas luchar contra ese mal sin la carga moral de dudar.

No obstante, tras escribir El Señor de los Anillos, Tolkien sintió la necesidad de justificar moralmente este recurso. En la Carta 153 mencionada, al debatir con un lector católico que le cuestionaba estas cosas, Tolkien básicamente reconoce la “dilema de los orcos”: si son criaturas pensantes, matarlos a sangre fría es problemático; si no lo son (si fuesen meros monstruos sin alma), que hablen y razonen es incoherente. Él intenta resolverlo afirmando que en su mundo subcreado, los orcos son “completamente malignos en sus deseos” pero “no por naturaleza desde el origen, sino por la corrupción profunda de su ser”. Por tanto, eliminarlos en la Guerra del Anillo es moralmente permisible dentro del contexto de la historia (son como soldados de un mal impenitente); pero a un nivel último, solo Eru podría juzgar el destino de los orcos individualmente.

Es notable que Tolkien, con humildad, deja ese cabo suelto: ¿qué ocurre con el “alma” de un orco tras morir? Él no lo resolvió en texto. Quizá los orcos de origen élfico tendrían el mismo destino que un elfo malvado (ser llamados a Mandos pero posiblemente rehusar el llamado, quedando como espíritus errantes). Los orcos de origen humano tendrían el misterioso destino de los Hombres tras la muerte (que en el legendarium ni siquiera los Valar conocen). En cualquier caso, en el Juicio de Ilúvatar tal vez haya compasión incluso para esas pobres criaturas nacidas de la oscuridad sin elección. Tolkien insinúa en una carta tardía (Carta 246) que incluso Gollum, pese a sus crímenes, fue digno de piedad y obtuvo “gracia” en el desenlace. ¿Podría haber existido un “Gollum orco”? Es un tema para la imaginación, pues Tolkien no lo escribió.

Lo que sí nos legó Tolkien es una potente reflexión sobre la maldad y la redención a través de sus personajes y razas. Los orcos personifican el daño que causa la corrupción sistémica: generaciones enteras nacidas bajo la sombra, educadas solo para el odio. Son un recordatorio sombrío de que el mal puede deformar comunidades y herencias completas. Pero al mismo tiempo, su propia existencia confirma lo que Galadriel señala: “El mal no puede crear nada nuevo, solo deformar y destruir lo que fue creado por el Bien”. Los orcos, por muy repugnantes que sean, provienen en última instancia de las obras de Ilúvatar, y esa verdad confiere un tinte trágico a su historia.

J.R.R. Tolkien nunca publicó un ensayo definitivo sobre los orcos, pero en sus cartas y manuscritos vemos a un autor preocupado por dar verdad interna hasta a los más viles de sus criaturas. Gracias a esos escritos sabemos que dudó, corrigió e intentó alinear su creación literaria con sus principios morales. El resultado es que los orcos de Tolkien no son simplemente “monstruos de cuento” planos, sino seres envueltos en un misterio metafísico. Su origen exacto es ambiguo, su destino incierto y su posibilidad de redención oscura. Pero precisamente esa ambigüedad los hace más interesantes y añade profundidad al mundo de Arda. En últimas, Tolkien nos fuerza a confrontar el problema del mal: incluso la criatura más abominable plantea preguntas sobre libertad, compasión y justicia divina.

Al cerrar este recorrido, podemos apreciar cómo el tema de los orcos conecta con la gran pregunta de Tolkien: “¿Puede lo perverso ser redimido, o al menos mitigado, en un mundo caído?”. En la ficción de la Tercera Edad, la respuesta parece ser “no para los orcos”: ellos cayeron con Morgoth y perecieron con Sauron. Sin embargo, tras la destrucción del Anillo, el mundo avanza hacia la Cuarta Edad, la Edad de los Hombres, donde quizás la misericordia finalmente alcance incluso a las últimas sombras de Angband. Esa es, al menos, una última esperanza que el legendarium de Tolkien nos deja entre líneas.

El enigma moral de los orcos

En palabras del propio Tolkien, los orcos eran “malvados, crueles, mentirosos, y sin ningún tipo de redención visible”. Pero esta afirmación, que puede parecer propia de un narrador de cuentos de hadas, no era suficiente para el académico católico y filólogo que también era Tolkien. Su obsesión por la coherencia interna de la subcreación le llevó a preguntarse: ¿puede existir una criatura racional intrínsecamente malvada? ¿Qué pasa con su alma?

La Carta 153 a Peter Hastings se ha convertido en uno de los documentos clave para abordar este dilema. Allí Tolkien reconoce abiertamente su incomodidad: “Si son racionales y capaces de hablar, entonces deben tener libre albedrío, y si tienen libre albedrío, ¿no pueden arrepentirse?”3.

Versiones del origen

Desde los primeros borradores contenidos en The Book of Lost Tales hasta los textos más tardíos de The War of the Jewels y Morgoth’s Ring, Tolkien propuso varias explicaciones para la existencia de los orcos:

  • Elfos capturados y corrompidos por Melkor1.
  • Animales “humanizados” por malicia demoníaca4.
  • Hombres pervertidos o degenerados4.
  • Espíritus menores encarnados artificialmente5.

Ninguna de estas opciones lo dejó completamente satisfecho, como él mismo reconoce en sus cartas y en sus apuntes póstumos. El problema, como señalaba, es que Melkor no puede crear vida con alma —esa es prerrogativa exclusiva de Eru Ilúvatar4.

La cuestión del alma (fëa)

En The Nature of Middle-earth, editado en 2021, Tolkien se adentra en la naturaleza de la encarnación espiritual. Allí, argumenta que toda criatura racional debe poseer un fëa, un alma inmortal que trasciende el cuerpo físico6. Si aceptamos que los orcos razonan, juzgan, sienten miedo, envidia o ira —como lo muestran en El Señor de los Anillos— entonces deben tener alma, y por tanto, deben tener posibilidad de redención. Esto es teológicamente incómodo para una historia que necesita villanos claramente “matables”.

Sátira y monstruosidad

Tom Shippey, en El camino a la Tierra Media, plantea que los orcos no son simplemente monstruos, sino caricaturas sociales. Hablan como soldados desencantados, usan jergas burocráticas, se quejan del sistema. Son la pesadilla del soldado raso —jerarquizados, explotados y desechables7.

Este punto de vista se refuerza en los pasajes donde Gorbag y Shagrat hablan en voz baja sobre la corrupción del poder de Mordor. Su diálogo es casi marxista: “Algún día podríamos organizarnos y tomar el control”, dice uno de ellos. Pero siempre llega un ojo vigilante —y el miedo los aplasta otra vez8.

El orco como criatura caótica

Holly Ordway, en Tolkien’s Faith, sugiere que los orcos son el punto de tensión entre el Tolkien narrador de mitos y el Tolkien teólogo. La narrativa exige antagonistas claros, pero su fe exige justicia universal. Ordway argumenta que esta disonancia no es un error, sino un espejo de la lucha interior del autor9.

Peter Kreeft va aún más lejos en The Philosophy of Tolkien: “Los orcos representan el misterio del mal cuando se ha despersonalizado. No son personajes, sino ecos de lo que ocurre cuando la voluntad se entrega al odio por completo”10.

¿Qué ocurre con los orcos después?

En The Peoples of Middle-earth, Tolkien sugiere que los orcos sobrevivieron tras la caída de Sauron, pero poco a poco se disolvieron como sociedades, desorganizados, o absorbidos entre los hombres malvados. No hay destino escatológico definido para ellos11.

Sin embargo, algunos textos indican que podrían haber sido “liberados” de su esclavitud espiritual, quizás incluso redimidos, aunque Tolkien nunca lo escribe de forma directa. El silencio se convierte así en una especie de misericordia implícita.

El lenguaje y la degeneración

La forma en que los orcos hablan es clave para entender su rol. Usan versiones corruptas del habla común, mezclan lenguas, insultan con creatividad grotesca. Esta degeneración lingüística refleja su deformación espiritual. Tolkien, como filólogo, entendía que el lenguaje es una manifestación del alma. La lengua orca, entonces, es un espejo deformante de la subcreación.

En The Road to Middle-earth, Shippey conecta esto con la idea de “caída”: los orcos no son malos por esencia, sino por historia. Son víctimas de un proceso de corrupción repetido durante siglos, hasta que su cultura —si puede llamarse así— ya no recuerda el bien7.

  1. El Silmarillion (1977), capítulo “De la llegada de los Elfos y el cautiverio de Melkor”. ↩︎
  2. El Señor de los Anillos: Las Dos Torres (1954), Libro III, capítulo IV “Bárbol”. ↩︎
  3. Tolkien, J.R.R. Las Cartas de J.R.R. Tolkien (ed. Humphrey Carpenter), Carta 153 (1954, a Peter Hastings). ↩︎
  4. Tolkien, J.R.R. Morgoth’s Ring, The History of Middle-earth, vol. X (ed. Christopher Tolkien), sección “Myths Transformed”. ↩︎
  5. Tolkien, J.R.R. The War of the Jewels, The History of Middle-earth, vol. XI (ed. Christopher Tolkien). Contiene desarrollos tardíos sobre Boldogs y jerarquías orcas. ↩︎
  6. Tolkien, J.R.R. The Nature of Middle-earth (2021), ed. Carl F. Hostetter. ↩︎
  7. Shippey, Tom. El camino a la Tierra Media, capítulos V y VI. ↩︎
  8. Tolkien, J.R.R. El Señor de los Anillos: Las Dos Torres, Libro IV, capítulo X “Las elecciones de Máster Samsagaz”. ↩︎
  9. Ordway, Holly. Tolkien’s Faith: A Spiritual Biography, Word on Fire, 2023. ↩︎
  10. Kreeft, Peter. The Philosophy of Tolkien: The Worldview Behind The Lord of the Rings, Ignatius Press, 2005. ↩︎
  11. Tolkien, J.R.R. The Peoples of Middle-earth, The History of Middle-earth, vol. XII (ed. Christopher Tolkien). Contiene apuntes sobre los orcos en la Cuarta Edad. ↩︎

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